GALERIA |
Para el artista, que ocupó la cátedra de escultura en San Alejandro y enseñó en la Universidad Nacional Autónoma de México, combinando su labor docente con su creación y numerosas exposiciones, las monumentales puertas de Saint Andrew representan muchas cosas. La primera, un íntimo homenaje a su padre, el desaparecido maestro Tomás Oliva, uno de los fundadores en La Habana de los años 50, del influyente grupo Los Once, y uno de los mayores escultores latinoamericanos comtemporáneos.
A lo largo de su trayectoria, Oliva ha alcanzado un extraordinario oficio como escultor realista, pero también se ha volcado sobre la abstracción, línea en que su quehacer ha evidenciado con más inmediatez un espíritu nihilista. Sin embargo, con las puertas de Saint Andrew se observa un cambio en el artista. Por una parte, un retorno --lo que no quita la posibilidad de movilidad a su expresión-- al campo de realismo más depurado. Por otra parte, un cambio espiritual que se traduce en una intensificación del catolicismo de Oliva y, con ello, un alejamiento de los tonos nihilistas de su obra. Ambos no pueden separarse, y la mejor prueba de ello son las puertas.
Las espléndidas puertas de Saint Andrew son la interpretación del artista de un Cristo desbordante de amor que extiende sus manos a los niños. Oliva las talló en caoba hondureña, y una vez terminadas, sus dimensiones son de ocho pies de ancho por 10 pies de alto.
A la hora de realizar las puertas, Oliva quiso preservar la integridad de la imagen central sin que ello afectara su funcionalidad. Esto no se hubiese logrado de abrirse simétricamente las puertas, lo que dividiría la imagen de Jesús. Para evitar que eso sucediera, el escultor hizo que éstas se abrieran siguiendo una línea que mantenía intacta la cabeza de Cristo y continuaba hasta el suelo, preservando igualmente a los niños a su izquierda.
El escultor ha titulado su obra The Way; porque cree que Cristo es el camino y nos acoge con los brazos abiertos, como si fuésemos niños. En ese espíritu, en que los valores estéticos son fundamentales, esta pieza monumental reaviva la memoria de un gran momento en que la escultura cubana se volcó sobre la temática religiosa con las grandes obras del desaparecido maestro Alfredo Lozano.
Con esta pieza, Oliva se sitúa en la primera línea de la joven escultura cubana. Su presencia allí es muy saludable y necesaria. La razón es obvia. La escultura cubana más reciente se proyecta en sentido contrario a The Way. Esto ha determinado que entre los amantes de las artes y la crítica se considere mayoritariamente que esa escultura se limita en lo básico a la abstracción y el vocabulario/materia de lo conceptual. Hace falta a esa creación, tan llena de desniveles y verdaderos desastres, una provocación afincada en el más estricto rigor, oficio y creatividad, y con las cualidades extraordinarias de la más reciente creación de Oliva.
Casi 60 años después del desafío y la ruptura que, en su aspiración de realizar una abstracción sin mensaje, encabezó su padre con los integrantes del grupo Los Once, el joven Tomás Oliva, al otro lado del país, reivindica para la escultura cubana, desde el realismo de The Way, la posibilidad figurativa, el rigor y la belleza. Y lo hace con una gran obra, sus puertas de Saint Andrew. Las puertas de Tomás Oliva