By Pedro de Ora‡,
Fue Tom‡s Oliva uno de los contados escultores que en la dŽcada del 50 acogieron el hierro como material preferente para su obra y el procedimiento de la soldadura aut—gena para ejecutarla. (Otros acud’an al remache de roblones o al atornillado con el fin de dar un acabado "industrial" a la uni—n de distintas piezas en la escultura met‡lica y conseguir con ello una expresi—n m‡s acorde con el formalismo geomŽtrico: ayer lo hac’a Calder; hoy lo hacen Negret y Valera.) La sensibilidad de Oliva, m‡s a tono con el regusto por la aspereza y el color terroso de la superficie del fierro, va a dejar al descubierto los abultamientos de las uniones y las irregularidades de los cortes en las planchas para enfatizar el car‡cter franco y si se quiere abrupto de su poŽtica: la materia escult—rica ha de permanecer en su estado original Ðsin pulir, sin enmascararse con pintura-, en su desafiante desnudez, y s—lo ha de alterarse por la emergencia de formas que ella misma sugiere y estimula. Oliva llev— estas premisas hasta sus l’mites extremos: siempre sentimos en sus obras esa renuncia total a los barroquismos y a la grandilocuencia de los recursos tropol—gicos; nunca agreg— nada que tuviese el menor indicio de superfluidad, nunca dijo m‡s que aquello imprescindible. Se le hubiera afiliado con el minimalismo pero entonces no se hablaba de ello, y tampoco ser’a una vinculaci—n muy acertada: la sobriedad de su trabajo no toca la aridez sino tiene una escala mayor en la austeridad que no desconoce la riqueza de la materia viva.
Porque no estamos acostumbrados a ese tenor de expresi—n en la pl‡stica Ðo en todo lo dem‡s-, y s’ lo contrario: la extroversi—n y el exceso, de color, de forma, de argumento, es que deparamos a Tom‡s Oliva la m‡s ag—nica respuesta entre nosotros a su destino de artista. La asolaci—n de su obra, paulatina y persistentemente, sin que hayamos hecho nada por evitarlo. La escultura emplazada en el vest’bulo de un ministerio, pintarrajeada y m‡s tarde desmontada y destruida; las esculturas situadas otrora en los jardines de la casa de los creadores, desaparecidas; la escultura rememorativa del aciago d’a de la explosi—n en el puerto y hecha con restos del barco siniestrado, en infalible deterioro; la estructura Ðde indudable valor escult—rico-, que serv’a de apoyo al lum’nico de la mayor helader’a capitalina, y que la identificaba tanto o mejor que el propio letrero, eliminada... Como si la intolerancia por su condici—n de emigrante definitivo se explayara en el ensa–amiento contra su obra Ðcomo no ha sucedido con ningœn otro escultor-; pero la obra sobrepasa al autor y a las contingencias que pretenden contaminarla. Debe emprenderse el camino opuesto de su recuperaci—n, antes de que se convierta en una especie extinta. Sea la presente exposici—n ese camino.
Pedro de Ora‡
2,4.2002